miércoles, 29 de abril de 2009

La joven del río








Un anciano maestro zen y dos discípulos caminan en silencio por un sendero. Al llegar a un riachuelo, ven a una muchacha que, sentada en una orilla, les mira provocativa. No hay que estar ciego para reconocer la turbación que ejerce en los jóvenes.

–¿Quién de los dos me tomaría para ayudarme a cruzar el río? –pregunta ella, con frescura y seducción.

Los discípulos se miran y dirigen un gesto interrogante al maestro, que les observa en silencio. Tras un largo minuto de duda, uno de ellos avanza y, tomando en los brazos a la muchacha, cruza el río entre caricias y risas. Al llegar a la orilla, se regalan un cálido beso y se despiden con ardiente mirada. Al momento, el joven da media vuelta y se reintegra sonriente al grupo, que continúa caminando.


El discípulo que se quedó junto al maestro se muestra turbado, no cesando de mirar interrogante al impasible anciano. Pasan las horas, pero su mente sigue enganchada por el deseo hacia la muchacha. Sus movimientos demuestran desatención y torpeza. Cuando ya no puede más, interpela al maestro, diciendo con rabia:
–¿Por qué no reprendiste a mi hermano que, rompiendo las reglas de la sagrada sobriedad, ha encendido su erotismo? ¡No me digas que la respuesta está en mi interior porque ya ni oigo, ni veo!

El anciano mirándole con benevolencia, contestó:
–Tu hermano tomó a la mujer en una orilla del río y la dejó en la otra. Tú la tomaste en una orilla y aún no la has conseguido dejar.

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